Ana Cristina Jurado

Memorias de una mesa

Entre hogazas, fotografías y recuerdos, Ana Cristina hornea pan con alma desde su casa en Torreperogil, un rincón de Jaén donde la vida familiar y el pan van siempre de la mano.


El pan como punto de encuentro

El camino de Ana Cristina hacia el pan comenzó sin grandes pretensiones, entre cupcakes y bizcochos. En 2014 abrió su primer blog dedicado a la repostería, donde los brioches —ese puente entre el dulce y el panadero— se convirtieron en su primera pasión.
Aquel blog la llevó a las redes sociales, donde descubrió un mundo nuevo de hogazas, greñados y fermentaciones que la fascinó desde la distancia. No se atrevía todavía a amasar, pero ya se sentía atrapada por esa mezcla de rusticidad y belleza que desprende el buen pan.

Unos años después, la necesidad la empujó definitivamente a ello. Vivía en un pequeño pueblo de Madrid cuando la única panadería cerró. Su hija, muy pequeña entonces, adoraba el pan. “No quería darle pan precocido”, recuerda. Así que decidió aprender desde cero… directamente con masa madre.

El primer pan que sacó del horno fue pequeño, imperfecto, pero lleno de emoción. “¡Fue euforia total! Ver que se abría, que cobraba vida, fue mágico. Tenía delante algo que había nacido solo de harina y agua.” Después vino la cámara: el primer pan que fotografiaba. La luz, la textura, los tonos cálidos… todo aquello que había admirado en las fotos de otros, lo veía por fin en las suyas.


Pan, familia y fotografía

El pan y la fotografía son, para Ana Cristina, dos lenguajes que se cruzan y se complementan. En su casa, hacer pan es una actividad compartida. Su marido también amasa, y sus hijas han crecido viendo el ciclo natural del pan: la mezcla, la fermentación, el aroma que llena la cocina.
“Ver cómo tu familia se alimenta del pan que haces es de las cosas más satisfactorias que hay”, dice.

Cuando no está amasando, está fotografiando. Para ella, el proceso no termina cuando el pan sale del horno, sino cuando termina la sesión de fotos. “La fotografía es una forma de expresión. Es mi manera de contar lo que siento al hacer pan, de capturar su belleza cotidiana.”


El pan de casa

Entre todas sus elaboraciones, hay uno que nunca falta: el pan de casa. Una hogaza con mezcla de harinas de trigo blanca, integral y centeno, cubierta de semillas y aromatizada con romero o tomillo, según lo que tenga a mano. Es un pan versátil, de los que acompañan la mesa en cualquier momento.
También le apasionan las combinaciones con aceitunas negras, cebolla caramelizada o frutos secos y chocolate, que prepara de vez en cuando para sorprender en casa.

Además, disfruta preparando brioches para las meriendas y bollos de hamburguesa caseros para las cenas familiares. “El pan en casa se adapta a lo que necesitamos. Primero cubrimos las necesidades del día a día, y después, si hay tiempo, experimentamos.”

Pero si hay un pan que lleva su tierra grabada, ese es el ochío: pequeños panecillos anaranjados, cubiertos con aceite y pimentón, muy típicos de la comarca de La Loma. “Me encanta porque son panes con historia, con raíces. Me parecen fascinantes.”


Aprender, compartir, disfrutar

Ana Cristina no se considera una panadera profesional, pero sí una panadera con alma. Su aprendizaje ha sido autodidacta, basado en la lectura, la observación y la práctica.
En sus comienzos realizó un curso de bollería francesa en la desaparecida escuela La Tallerería, donde aprendió a trabajar brioches y masas hojaldradas.
Con el tiempo, ha seguido aprendiendo gracias a la comunidad panadera que ha encontrado en redes. Ha compartido dudas con personas como @ayose_vp o @chabeceballos, y siente admiración por divulgadores como Ibán Yarza o @panhabla, “que enseñan desde la generosidad y sin reservas”.

Cuando puede trabajar masas a mano, disfruta del amasado francés y el laminado, técnicas que le resultan tan divertidas como efectivas.
Su consejo es sencillo y honesto: disfrutar del proceso y tener paciencia. “La prisa es el mayor enemigo del pan. Siempre le digo a mi hija que la paciencia es un ingrediente más.”


El pan que enseña

El pan le ha enseñado a no rendirse. “Si algo sale mal, te despejas, analizas qué ha pasado y lo vuelves a intentar. Hasta que lo consigues.”
De los errores de fermentación ha aprendido a observar, tocar y apuntar tiempos y temperaturas para entender mejor cada masa.

Recuerda con ternura cómo su hija mayor, cuando era apenas un bebé, esperaba junto al horno y pedía pan recién hecho. No podía comerlo aún por el calor, pero cuando lo hacía, iba directa a su parte favorita: la corteza.

Por eso define el pan como un acto de amor. Porque en su casa, cada hogaza lleva consigo un trozo de historia familiar y de aprendizaje compartido.


El valor del pan artesano

Ana Cristina celebra el auge del pan artesano porque cree que está devolviendo al pan su dignidad. “El pan no sienta mal”, afirma. “Lo que sienta mal son las prisas y los procesos que olvidan el tiempo que necesita.”
Para ella, el buen pan es alimento, cultura y memoria; y recuperar ese respeto por el oficio es una manera de reconciliarse con lo esencial.


Mirada íntima – Lo que el pan dice de ti… y tú del pan

¿Cuál es ese pan que nunca te cansa, ni de hacer ni de comer?
El ochío, sin duda. Es el pan más representativo de mi tierra y está muy ligado a mis recuerdos. Lo he comido desde niña en meriendas y cenas, y me sigue encantando.

Si solo pudieras quedarte con una harina, ¿cuál sería?
La harina panadera. Es sencilla y versátil, y solo con ella se puede hacer un pan honesto y delicioso.

¿Qué parte del proceso disfrutas más?
Los formados. Me fascina ese momento en el que la masa cobra forma. Disfruto igual haciendo una hogaza sencilla, un trenzado o una ensaimada.

¿Hay alguna herramienta que te acompañe desde el principio?
Sí, varias. Rasquetas que conservo desde que empecé y un rodillo que me acompaña desde mucho antes.

¿Recuerdas una hornada especial?
Más que una hornada, recuerdo el primer bizcocho que hice con mi abuela, en una olla-horno sobre el fuego. Aquel momento me marcó. Años después, los papeles se invirtieron, y era ella quien me ayudaba a mí. Lo recuerdo con muchísimo cariño.

¿Qué huele distinto cuando el pan va bien?
Ese olor irresistible que sale del horno y te dice que todo marcha. Es un olor que lo llena todo, como si el pan hablara.

¿Qué te ha enseñado hacer pan?
Paciencia y constancia. A no rendirme y a disfrutar del proceso. Cada pan enseña algo nuevo.

¿Dónde encuentras calma fuera de la cocina?
En la fotografía. Me absorbe por completo. Es mi manera de poner en valor lo cotidiano y encontrar belleza en los gestos simples.

¿Qué persona ha sido clave en tu camino?
Mi marido. Amasamos juntos y eso nos anima mutuamente. Cuando uno no tiene tiempo o energía, el otro tira del carro. Es precioso compartirlo.

¿Qué haces con el pan que no sale como esperabas?
Se aprovecha siempre. Puede que no sea perfecto, pero siempre se come.

¿Tienes alguna frase que te acompañe?
Todo pasa. Es mi mantra, sobre todo desde mi último embarazo, que fue complicado. Me recuerda que todo tiene su tiempo.

¿Una película que te inspire?
Chocolat y Delicioso. No me canso de verlas: por su fotografía, su calidez y la manera en que muestran la comida como algo que une.


Donde la paciencia se convierte en arte

En Ana Cristina, el pan y la fotografía se entrelazan como dos formas de mirar la vida: con calma, con ternura y con un profundo respeto por lo cotidiano.
En cada hogaza hay algo más que harina y agua; hay recuerdos familiares, aprendizajes y amor compartido.
Su historia nos recuerda que el pan no siempre nace en un obrador, sino también en los hogares donde la paciencia se convierte en arte, y donde una simple hogaza puede decir más que mil palabras.

Quien quiera seguir de cerca sus elaboraciones, sus brioches dorados o esas hogazas llenas de historia, puede hacerlo a través de su perfil de Instagram: @memoriasdeunamesa.

5 comentarios en “Ana Cristina Jurado”

  1. Me ha encantado tu reportaje, Ana. Desde que te he conocido (hace mucho) me he sentido atrapada por tus masas, tus fotos y tu espíritu. Conocer tu historia familiar me hace sentirte más cerca. Ojalá pronto nos conozcamos. Mientras, seguiré disfrutando de todo lo que generosamente compartes. Un beso ❤️

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