Patricia de Miguel

Horneo felicidad, la mía y la de quienes disfrutan de mi pan.

Horneo felicidad

En Torrejón del Rey, un pequeño pueblo de Guadalajara donde el aire todavía huele a campo y a pan de verdad, vive Patricia de Miguel, apasionada del pan artesano y de las elaboraciones hechas con calma y alma. Durante el día trabaja como formadora y consultora en el sector de la automoción: procesos, auditorías, calidad… un mundo de precisión, tiempos y objetivos.
Pero al caer la tarde, cuando el silencio empieza a colarse por las ventanas, Patricia cambia el traje de formadora por el delantal, los informes por el bol de amasado, y deja que el reloj pierda su importancia.
Ahí comienza su otra jornada. La que le da equilibrio.

“El pan es tiempo para mí, tiempo de desconexión. Si voy a hacer pan con prisa, no lo hago.”


De Guadarrama al horno propio

El amor por el pan le viene de lejos. De cuando su padre las llevaba —a ella y a sus tres hermanas— hasta Guadarrama, en la sierra de Madrid, solo para comprar pan. O de cuando regresaba de sus viajes con hogazas de Salamanca envueltas en papel.
Creció rodeada de buen pan, y quizá por eso, años más tarde, quiso hacerlo ella misma: buscar aquel sabor que se quedaba en la memoria.
Durante la pandemia, cuando el mundo se paró, descubrió la masa madre. Me fascinó. Tiene vida, recuerda.
Desde entonces, empezó un camino autodidacta, lleno de errores y pequeñas victorias, y una pasión que ya no se detendría.

“A veces pienso que nunca me atrapó el pan como tal, sino que crecí comiendo buen pan, y eso deja huella.”


Una masa como un lienzo

Patricia tiene un don natural para los detalles. Le gusta cuidar la mesa, el ambiente, el plato. Lo mismo ocurre con sus panes: cada greñado, cada forma, cada textura tiene detrás una intención.
Sus panes no llevan levadura industrial —“son panes de Madre”, dice convencida—, y entre todos, el Rupjmaize, pan tradicional letón, ocupa un lugar especial. Lo prepara como homenaje a su abuela, nacida en Riga.
Suele improvisar según las harinas que tiene en casa o los gustos de sus invitados. Cada rebanada, dice, es una forma de recordar y de agradecer.

“Una masa de pan es como un lienzo en blanco.”


El pan como espejo

Hacer pan no es para ella un acto de producción, sino de presencia. Amasar, observar, esperar… es una manera de escucharse a sí misma y de encontrar calma.
Con cada pan aprende algo distinto, y a veces, la lección más importante ha sido confiar más en sí misma.
Compartir sus panes forma parte esencial del proceso; al principio lo hacía para recibir opiniones, hoy lo hace como gesto de gratitud.
Recuerda una comida en la que escuchó a desconocidos opinar sobre su pan sin saber que era suyo: “Decían que era bonito pero dudaban del sabor… hasta que lo probaron. Fue divertido verles cambiar de opinión.”

“El pan me hace feliz porque me conecta conmigo misma.”


Enseñar, acompañar, motivar

Con el tiempo ha descubierto que lo que más disfruta es enseñar. Ha ayudado a muchas personas con su masa madre o sus primeros panes.
Le apasiona acompañar en los momentos de frustración, reforzar lo que otros hacen bien y animarles a seguir.
A quien empieza, le diría que disfrute del proceso y evite compararse: el camino se recorre andando.
Sueña con tener su propio espacio para dar talleres y compartir lo aprendido. “No es el momento aún, pero sé que llegará”, dice con calma.

“Me gusta la parte motivacional. Hay quien quiere tirar la toalla tras varios fallos, y yo no puedo permitirlo.”


Mirada crítica y alma artesana

Admira el auge del pan artesano, aunque con matices. Cree que hay grandes profesionales en este oficio, pero también oportunistas que confunden al público con mucho marketing y poco horno.
Para Patricia, el verdadero pan artesano no se vende: se transmite, se huele y se siente.

“El verdadero pan artesano se reconoce por su honestidad, su tiempo y el alma de quien lo hace.”


Mirada íntima – Lo que el pan dice de ti… y tú del pan

¿Cuál es ese pan que nunca te cansa, ni de hacer ni de comer?
—El pan de centeno. Tiene un sabor increíble, profundo… es un pan que huele a hogar y a calma.

¿Tienes alguna herramienta o utensilio que te acompaña desde siempre?
—Un mini greñador de madera de ébano, con una “P” tallada. Me lo hizo mi amigo Carlos, y cada vez que lo uso me acuerdo de él.

¿Recuerdas una hornada que te haya marcado especialmente?
—Sí. La del primer pan que hice para el amor de mi vida. Era nuestra tercera cita y el pan salió perfecto. Fue una señal.

¿Qué sueles hacer para celebrar que algo ha salido bien?
—Llamar corriendo a mi madre. Ella es mi catadora oficial, mi mayor fan y mi crítica más dulce.

¿Tienes alguna frase o pensamiento que te ayuda en los días difíciles?
—Me repito: si vas a renunciar a algo, renuncia a ser débil. Todos caemos, pero lo importante es levantarse y seguir amasando.


El pan como forma de felicidad

Entre la precisión de su trabajo y la libertad de su horno, ha encontrado un equilibrio perfecto.
Cada masa es un pequeño acto de amor, un regreso a lo esencial.

“Horneo felicidad, la mía y la de quienes disfrutan de mi pan.”

Porque para Patricia de Miguel, el pan no solo se come.
Se comparte, se cuida, se siente… y se vive.


📸 Puedes seguir sus elaboraciones en Instagram: @lospanesdepat

4 comentarios en “Patricia de Miguel”

  1. Monica (elobradordemonique)

    Que bien conocer de ti un poquito mas. Somos medio vecinas, Patricia! Me encanta como has expresado tus sentimientos por la panificación, lo que te hace sentir

  2. Helen (Mydulcekaela)

    Una entrevista cargada de calma y belleza donde cada palabra parece haber sido amasada con el mismo cuidado con el que se hornea un pan.

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